Reflexiones Irak | 22 octubre 2021

La poda del sufrimiento

De nuestra agonía saldrá el fruto abundante que Dios ha preparado para nosotros

 

 
Creo que cada parte del propósito de Dios con la vida de sus hijos se cumplirá. Esto es semejante al momento en que cada planta verá en sí misma las flores cuando llega la primavera. ¿No sucede que cuando los días de invierno llegan a su fin, dan la vida y la fertilidad como resultado? ¿Qué si no sucedió con Cristo? ¿No precedió a su glorificación su Calvario?

Esta es una dinámica que se muestra también en nuestras vidas: De nuestra agonía saldrá el fruto abundante que Dios ha preparado para nosotros y si atravesamos un Calvario, también hallaremos la bendición del fruto y la cosecha.

Existe una antigua historia de un caminante que se topó en una ocasión con un exuberante viñedo. Las uvas rebosaban por cada cepa de las vides. El propietario salió a su encuentro y le explico que hacía poco tiempo que otro agricultor se encargaba de ellas. «Me dijo que no se ocuparía de este campo a menos que le permitiera podarlas hasta dejarlas a pocos centímetros del suelo. ¡Así lo hizo! Y aunque no hubo fruto por dos años, este es el resultado.»

Así hace nuestro Dios a aquellos que desea ver fructificar. La tijera de la poda está en su mano y ofrecerá el toque que a veces quebranta y corta la vida de aquellos a los que ama y los que han llevado fruto, llevarán aún más si fuera posible. Todas las personas que Dios quiere usar de manera diferenciada deben soportar el dolor de la poda.

¿No sucedió esto en la vida de José? ¿No fue él podado mucho más que todos sus hermanos y los que le sucedieron? Por eso él también fue mayor bendición que todos ellos. Génesis 49:22 nos relata la bendición que su padre le otorgó, definiendo con claridad esta circunstancia:

«Rama fructífera es José, rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro.»

¿No sucede así desde el principio de la iglesia que esta es perseguida y afligida? Pero ¿cuánto fruto ha dado ya? Aún hoy esta realidad continúa en muchos lugares del mundo.

Hace siete años ya desde que Sana, una creyente del norte de Iraq vio por última vez a sus hijos y a su marido. Siete años desde que ISIS irrumpiera en la ciudad de Qaraqosh echando las puertas de las casas abajo y aterrorizando a la población, especialmente a los cristianos.

Sana nos cuenta como vivieron esos momentos: «Estábamos todos durmiendo cuando oí sonidos: gente gritando. Como Sabah estaba enfermo, desperté a mi hijo mayor Tony y los dos escuchamos que gritaban en la calle: “Qaraqosh ahora es nuestro”. Oramos mucho juntos y nos prometimos estar juntos», recuerda Sana. «Ese era nuestro consuelo, tenernos los unos a los otros».

«Una noche estaba durmiendo en mi regazo (su hijo Issa) y de repente abrió sus ojos. Le pregunté qué le ocurría. Me dijo que había tenido un sueño en el que Jesús descendía en ropas resplandecientes. Y miró a Issa y le sonrió», dice ella.

Finalmente, dos hombres de paisano entraron en su casa y la registraron, aunque les dijeron que no les harían daño, a los pocos días los llevaron al hospital para trasladarlos al barrio cristiano de Ankawa. Al llegar allí los separaron, se llevaron a su marido y sus hijos en un autobús. «Ese fue un momento difícil para nosotros», comparte Sana. «Mis hijos estaban muy asustados. Nunca habíamos estado separados.»

La confianza de Sana sobre volver a ver a sus hijos descansa solamente en Dios: «Mi fe en el Dios todopoderoso es muy grande. Y sigo orando para que vuelvan», dice, «son todo lo que tengo. Si Dios quiere, volverán».

Definitivamente, el fruto que Dios prepara en la vida de Sana será proporcional a la intensidad de su sufrimiento. Pero ¿Cuántas familias serán bendecidas a través de su herida? ¿Cuántos corazones serán enardecidos por la solidez de su fe? ¿Cuánto fruto dará la vid que un día fue duramente podada?

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