Siendo sinceros, la resurrección de Jesús puede ser difícil de asimilar. Se trata de uno de los pilares de nuestra fe como cristianos; Pablo llegó a decir que, si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana (1 Corintios 15:14). Aun así, puede seguir resultando difícil comprender toda la magnitud de esa realidad:
Jesús estaba muerto. Pero resucitó.
Puede que las historias sobre milagros de la Biblia no parezcan muy compatibles con nuestro día a día. Y mucho menos el milagro por excelencia: la victoria sobre la muerte.
Pero una de las mayores bendiciones que tenemos al acompañar a nuestros hermanos perseguidos es ver cómo son testigos de la obra incesante y milagrosa de Dios. Nos recuerdan que ese mismo Dios está obrando en nuestra vida y que podemos ver cómo hace milagros cada día.
Sara* es una cristiana perseguida que vive en Bagdad, la capital de Irak. Su madre falleció cuando era niña y su padre es musulmán, pero no muy devoto. Ella siempre había sentido mucha curiosidad sobre la vida y la fe. Y esa curiosidad transformó su vida.
Cuando era adolescente, un amigo le regaló una Biblia. Al leerla, sintió que algo dentro de ella se removía.
«Al principio, lo que leía en la Biblia me parecía muy confuso», recuerda. «Me empezaron a surgir muchas preguntas: ¿Cómo puede Dios tener un hijo? ¿Qué quiere decir que Jesús murió por mis pecados? ¿Cómo podríamos nosotros ser hijos de Dios? ¿Qué quiere decir Hijo del Hombre?».
El islam le había enseñado a tener miedo a Dios, lo cual contradecía a aquello que estaba leyendo en la Biblia. «Si dice que Dios me ama y ha muerto por mis pecados, ¿cómo me va a castigar?», se preguntaba.
Buscando respuestas, Sara preguntó a su padre, quien le dijo que la Biblia es un libro inventado. «Déjala y no la vuelvas a leer», le ordenó.
«Pero no podía hacerlo», confiesa Sara. «Entonces leí el Corán y lo comparé con la Biblia. Me sorprendió y horrorizó tanto... No me podía creer que el Dios de la Biblia fuera Dios. Porque el de la Biblia era un Dios de amor y paz, completamente diferente al del Corán».
Al final, Sara comprendió esta verdad y aceptó a Jesús. Así fue cómo emprendió un camino que no ha sido nada fácil.
Al poco tiempo, su padre se pondría en su contra y la encerró en casa.
«Un día, estábamos comiendo y hablando sobre las diferentes ramas del islam», nos cuenta Sara. «Le dije a mi padre: ‘¿Pero qué sentido tienen todas esas ideologías? Dios te ama y quiere que te acerques a Él’».
Su padre se enfureció. «Pensaba que todas esas preguntas sobre el cristianismo eran cosas de adolescentes, que las dejarías de lado», le dijo. «Pero parece que no te he educado bien».
Entonces, ese hombre al que Sara amaba tanto la encerró en su habitación. «Me dijo: ‘A ver si tu Dios te saca de aquí’», recuerda esta cristiana iraquí con los ojos llenos de lágrimas. «Me sentí muy asustada e impactada, pues mi padre siempre había sido muy bueno conmigo».
Sara pasó 10 días encerrada en la habitación y sin comer. Pero Dios no la abandonó. «Todas las noches soñaba que estaba en un lugar oscuro y que alguien me tomaba de la mano y me llevaba a un sitio lleno de luz», recuerda con una gran sonrisa. «A pesar de mi situación tan dolorosa, tenía esperanza y fe en Jesús».
Cuando su padre por fin abrió la puerta, las circunstancias no hicieron más que empeorar. «Prepárate. Mañana te vas a casar con el sobrino de tu madrastra. Yo no te he educado bien, pero vamos a ver si él lo consigue», le dijo antes de volver a cerrar la puerta con llave.
«En ese momento me enfadé con Jesús», reconoce Sara. «Oré y le dije: ‘Eres un mentiroso. Si fueras real, me sacarías de esta habitación. Si quieres demostrar que existes, haz que muera, porque prefiero morir antes que casarme’».
«A pesar de mi situación tan dolorosa, tenía esperanza y fe en Jesús»
Esa noche, Sara se fue a dormir esperando no volver a despertarse a la mañana siguiente. Sin embargo, recibió el milagro por el que había orado. Esto lo que sucedió contado con sus propias palabras:
«Apareció alguien, como una luz, que me tomó de la mano y me sacó de la habitación. Me sentía como en un trance, como si estuviera en un sueño. Me metió en un coche gris. Por la mañana, me desperté en la habitación de un hotel, en una ciudad al norte de Irak, a horas de distancia de mi casa. Sentí mucho miedo al verme ahí y pensé que seguía soñando. Pero entró un trabajador del hotel y me trajo comida. Llegó un guardia de seguridad y me llevó a una sala, donde me dijo:
—Normalmente, las chicas huyen de sus casas porque temen a su padre o para estar con un hombre. ¿Cuál es tu caso?
—Sí, hui con alguien.
—¿Con quién? ¿Y por qué no está contigo?
Entonces me armé de valor y respondí:
—Sí que está aquí conmigo. Está conmigo siempre.
—¿Quién es?
—Dios.
Le conté mi historia y dijo que tendría que verificarlo con mi padre. Yo tenía miedo y me preocupaba tener que enfrentarme a él. Pero, al mismo tiempo, nunca me había sentido tan fuerte y valiente».
El padre de Sara llegó dos días más tarde. Le preguntó por lo que había pasado y ella le contó todo. «Todo esto ha pasado porque desafiaste a Dios», concluyó Sara. «Dijiste que a ver si mi Dios me sacaba de allí. Y lo hizo».
La relación de Sara con su padre nunca ha vuelto a ser la misma. Sara está dolida por ello, sobre todo tras descubrir que su padre ha borrado su nombre de los registros familiares. Perder a tu familia es una de las consecuencias más dolorosas de seguir a Jesús, especialmente para una mujer soltera iraquí. Sara lo ha experimentado en primera persona. Aun así, no se arrepiente de su decisión.
Ese milagro le demostró el gran amor de Dios hacia ella. Así que siguió caminando junto a Él, incluso cuando pasó por varios puestos de trabajo donde fue discriminada y perseguida a causa de su fe y por el hecho de ser una mujer soltera.
«Me sentía muy sola y sin esperanza, pero seguía teniendo fe y oraba a Dios», nos cuenta nuestra hermana.
Al fin, Sara encontró aquello que buscaba: una comunidad cristiana donde crecer en su fe. Se bautizó y empezó a estudiar teología.
Conocer a Jesús y experimentar este milagro transformó la vida de Sara para siempre.
Pero sería un error pensar que sacarla de esa habitación es la única cosa sobrenatural que Dios ha hecho por Sara.
«Antes de conocer a Jesús, mi vida estaba vacía», explica. «No tenía el gozo ni la paz que siento ahora. Es verdad que antes tenía todo lo que quería, no tenía ninguna carencia material. Pero dentro de mí no había estabilidad, no había amor. No era capaz de amar, era muy egoísta y egocéntrica». Ahora, Sara puede ver cómo Dios ha obrado en medio de situaciones muy difíciles para que se acercara más a Él.
«Encontrar a Jesús transformó mi vida por completo. Conocí lo que es el amor. Algo dentro de mí se quebró», comparte esta hermana. «Doy gracias por todas las cosas malas que he experimentado. Me han llevado a conocer mejor a Jesús y a ser transformada a su imagen».
El verdadero milagro en la vida de Sara fue que Jesús la encontró y le dijo: «Ven… y yo te haré descansar» (Mateo 11:28).
«Apareció alguien, como una luz, que me tomó de la mano y me sacó de la habitación»
Ese es el milagro que experimentamos todos los que compartimos el nombre de Cristo. Es el poder de su resurrección. No siempre se manifiesta como una resurrección o una huida de una habitación bajo llave en medio de la noche, pero siempre es obra de Dios.
Esta Semana Santa, al contemplar la vida, muerte y resurrección de Jesús, tenemos la certeza de que Dios no ha dejado de hacer milagros. Así lo ponen en evidencia testimonios como el de Sara y los de muchos otros cristianos perseguidos que compartimos a diario.
Los milagros siguen ocurriendo. A veces son dramáticos y repentinos, pero otras veces son silenciosos y a largo plazo. La resurrección de Jesús nos llena de esperanza para ver su obra en nuestra vida. Porque Él está vivo. Y la vida de Sara es una prueba de ello. Ella lo describe como una especie de resurrección: «Nunca me he arrepentido de mi decisión. Llegué a lo más bajo, pero Él me levantó».
Gracias a tus oraciones y apoyos, mujeres de Irak como Sara están creciendo en su fe. La iglesia a la que acude Sara es uno de los Centros de Esperanza a los que apoya Puertas Abiertas. Se trata de espacios con diferentes ministerios para fortalecer a las comunidades e iglesias de la zona. Sara asiste a las reuniones de mujeres, donde se siente aceptada y puede crecer como seguidora de Jesús. Además, ha comenzado un ministerio de evangelización.
*Nombre cambiado por motivos de seguridad.
Señor, reconozco que se me olvida todo lo que implica tu resurrección. Esta Semana Santa, recuérdame el poder y la vigencia de tu sacrificio para seguir creyendo en milagros como el de Sara. Gracias por liberarla y hablarnos a la Iglesia mundial a través de su historia. Haz crecer su fe y su ministerio en Irak a través de los Centros de Esperanza. Protégela y restaura la relación con su padre, para que también te conozca. Gracias por tu obra redentora que celebramos en Semana Santa. Amén.