Nunca adivinarías lo que esta joven de Bagdad (Irak) ha visto y vivido en sus 30 años. La madre de Sara* falleció poco después de que ella naciera y su padre es musulmán, pero no leía el Corán ni iba a la mezquita local. Sara dice que siempre ha sido muy curiosa, y es ese rasgo tan importante el que acabaría cambiando su vida.
Crecer en un barrio donde vivían mayoritariamente familias cristianas le dio a Sara múltiples oportunidades para ejercitar esa curiosidad. La mejor amiga de Sara era cristiana e iba a la iglesia todas las semanas, lo cual despertó la curiosidad de Sara. Recuerda la primera vez que intentó ir a la iglesia con su amiga.
Era un martes y ella tenía unos 15 años. Decidió ir a la iglesia con su amiga después del colegio, pero el guardia de seguridad de la puerta no le dejó entrar porque era musulmana. Aunque Sara insistió, no le permitieron entrar.
La joven no estaba acostumbrada a que le dijeran que no, así que le preguntó a su amiga qué podía hacer para convertirse en cristiana. Sara dice que, en ese momento, no tenía ningún interés real en convertirse; simplemente sentía curiosidad de saber que había dentro de ese lugar esquivo.
«Me enfadé con Jesús. Le dije: “Si fueras real, me sacarías de esto. Si quieres demostrarme que eres real, me quitarás la vida porque prefiero morir a casarme”»
Tratando de encontrar respuestas, Sara le preguntó a su padre sobre esto, pero él le dijo que la Biblia es un libro inventado. «Déjala y no la leas más», le dijo.
«Pero no podía dejarlo», dice Sara. «Seguí leyendo el Corán, comparando cada palabra con la Biblia». Dice que se sintió «sorprendida y horrorizada». El Dios sobre el que leía en la Biblia no podía ser Dios, pensó. Porque el Dios de la Biblia era un Dios pacífico y amoroso, y el Dios del Corán es totalmente diferente.
Sara pasó después mucho tiempo estudiando libros islámicos y mientras más leía, más se horrorizaba. Conversó con su amiga y le preguntó por la oración y el culto, y ella le enseñó a Sara el Padre nuestro y otra oración, las cuales aprendió de memoria. Después de graduarse, Sara fue aceptada en la facultad de medicina de Bagdad, pero su amiga se fue a otra facultad en Kirkuk, quedando Sara sin una amiga cristiana cercana. Sintiendo que necesitaba un cristiano que la guiara, Sara acudió a sus vecinos cristianos.
«Soy cristiana ahora», le dijo Sara, pero la respuesta de su vecino le rompió el corazón: «no existen los musulmanes que se conviertan al cristianismo» le dijo.
«Me quedé destrozada por esa respuesta», dice, aun visiblemente disgustada. Pero pronto se dio cuenta de que la actitud de su vecino no era poco común. Cuando Sara fue a la universidad en 2013, visitó muchas iglesias tradicionales diferentes que la rechazaron y le dijeron lo mismo. Afortunadamente, la curiosa estudiante no se rindió.
«Me sentía desesperada», dice. «Pensaba que nunca me aceptarían. Un día estaba navegando por Facebook y encontré a un hombre de Europa que también había nacido musulmán, pero se había hecho cristiano. Lo contaba en sus redes sociales. Empecé a seguirle y a ver sus vídeos». Pero los mensajes del hombre eran críticos y beligerantes, nada compasivos hacia los musulmanes y su necesidad de un Salvador.
Influenciada por él, Sara empezó a juzgar a los miembros de su familia, incluso a agredirlos verbalmente. Su familia respondió, a su vez, con insultos verbales. «Mi madrastra dijo que me había convertido en una infiel y obligó a mi hermanastro a no hablarme más», recuerda Sara.
Recuerda un día horrible en particular. «Un día, durante la cena, estaban discutiendo sobre las diferencias entre la Sunna y el islam chiíta, y le dije a mi padre: “¿Qué son todas estas ideologías que estás siguiendo? Dios te ama y quiere que vengas a Él”. Fue entonces cuando el padre de Sara volteó la mesa y puso a su hija bajo arresto domiciliario. “Todo este tiempo preguntando por el cristianismo, pensé que esto era sólo una fase adolescente, pensé que se te pasaría”, le dijo a Sara. “Pero, por lo visto, no te he educado bien”».
Entonces, el hombre al que Sara tanto amaba, cogió su teléfono y encerró a su hija en su habitación. Los ojos de Sara empiezan a humedecerse mientras intenta contener las lágrimas «Me dijo: “A ver cómo te saca tu Dios”, me sentí muy asustada y conmocionada, ya que mi padre siempre había sido bueno conmigo».
Durante 10 días, la encerraron en la habitación y no le dieron nada de comer. Su semblante cambia al recordar también lo cerca que se sentía de Dios. «Todas las noches soñaba que estaba en un lugar oscuro y que alguien me cogía de la mano y me llevaba a un lugar muy luminoso», dice con una amplia sonrisa. Sus ojos vuelven a brillar.
«Aunque mi situación me hacía sentir impotente y parecía imposible salir de ella, seguía teniendo esperanza y fe en Cristo». Pero cuando su padre por fin abrió la puerta al cabo de los diez días, la situación de Sara era aún peor.
«Me dijo: “Prepárate, mañana te casarás con el sobrino de tu madrastra. Yo no te eduqué bien, quizá él si lo haga.» y cerró la puerta tras de sí.
«En ese momento me enfadé con Jesús», dice ella. «Le dije: “Eres un mentiroso y si fueras real, me sacarías de esto. Si quieres demostrarme que eres real, me quitarás la vida porque prefiero morir a casarme”».
Esa noche, Sara se fue a la cama con la esperanza de no despertarse a la mañana siguiente. Pero, en lugar de eso, dice que obtuvo el milagro por el que oraba: en sus propias palabras, comparte la serie de acontecimientos que comenzaron a la mañana siguiente:
«Alguien vino como una luz, me cogió de la mano y me sacó de la habitación cerrada. Me sentí como en trance, fue como un sueño. Me metió en un coche plateado. Esa mañana me desperté en la habitación de un hotel de una ciudad del norte de Irak, a horas de distancia de donde vivía.
Me asusté mucho cuando supe dónde estaba, pensé que seguía en un sueño, pero entonces entró un trabajador del hotel, me dio comida y se fue.
Un agente de seguridad vino y me llevó a una habitación. El agente me dijo: “Normalmente, una chica se va de casa porque huye de su padre por miedo, o se escapa con un hombre. ¿Cuál es tu historia?”
“Sí, me escapé con alguien”, le dije al agente.
“¿Quién es y por qué no está aquí?”, preguntó el agente.
En ese momento, me armé de valor y le dije: “Está aquí conmigo. Siempre está conmigo”.
“¿Quién es?”, preguntó.
“Dios”.
“Le conté mi historia y entonces me dijo que tenía que confirmar mi historia con mi padre Me sentí asustada y preocupada por enfrentarme a mi padre, pero al mismo tiempo me sentí valiente y más fuerte que nunca».
Al cabo de dos días, el padre de Sara vino a verla.
«¿Quién te sacó de tu habitación y te trajo aquí? ¿La cámara de la casa y la del puesto de control sólo se detuvieron en el momento en que saliste?», preguntó.
Sarah contestó tranquilamente «Permíteme que te haga estas preguntas: ¿Tenías tú la llave de mi habitación o la tenía yo? ¿No tenía mi teléfono? ¿Tenía otra forma de comunicarme con alguien? Y aunque pudiera hacer algo con la cámara de la casa, ¿cómo podría cambiar la cámara del puesto de control? Todo esto sucedió porque desafiaste a Dios. Dijiste: “Deja que tu Dios te saque de aquí, y lo hizo.”», le dijo a su padre.
Él estaba visiblemente confuso, sin saber qué responder a su hija. «Me sentí victoriosa», dice Sara. Pero su felicidad no duró mucho.
«Hubiera preferido que te escaparas con un hombre para casarte y no que hicieras esto», le dijo su padre. Cuando Sara habla de aquel día, una nube de tristeza cubre su rostro. Está claro que las palabras y los actos de su padre la han herido profundamente. En su momento, el padre de Sara lo era todo para ella.
Mientras su padre regresaba a Bagdad, Sara se quedó en el norte de Irak. Ella relata muchas situaciones difíciles en las que varios hombres la acosaron e intentaron explotarla sexualmente.
En todas las ocasiones, Sara declaró con valentía que confiaba en Dios y oraba para que la ayudara. Y cada vez, Dios respondió, trasladándola de un trabajo y una situación vital a otra, protegiéndola en todo momento.
«Me sentía muy sola y desesperada, pero mantuve mi fe y seguí orando a Dios», dice Sara.
Al final, tras otra inoportuna propuesta de un empleador, Sara encontró la ayuda por la que había estado orando. Tras enterarse de lo sucedido, uno de los trabajadores del hotel donde se alojaba le dijo que fuera al restaurante de al lado a buscar a cierta chica. Sara fue, pero la chica había sido despedida.
«Sentí que el último resquicio de esperanza al que me aferraba había desaparecido», afirma. Angustiada y desanimada, se desmayó en el restaurante. Cuando se despertó, el dueño le preguntó qué había pasado y Sara decidió contar toda su historia.
«Has venido al lugar adecuado», le dijo el dueño. «Soy cristiano y tengo una iglesia en el extranjero y, a partir de hoy, eres mi hija y te ayudaré».
«Cuando me dijo esto, sentí que era Dios quien me hablaba a través de él», dice Sara, sonriendo alegremente. El propietario le encontró una casa y le pagó el alquiler, además de conseguirle un empleo en el que sigue trabajando.
«Dios me llevó hasta las dificultades para fortalecerme en ellas»
A lo largo de su difícil travesía, Sara siguió aferrándose a su fe y perseverando. Se bautizó e incluso comenzó a estudiar teología. También sufrió la ruptura de su compromiso y aún más el dolor de lo sucedido con su padre. Cuando pidió los papeles para casarse, le dijeron que su padre había borrado su nombre de los registros familiares. «Me lo esperaba», dice. «Sin embargo, oírlo y verlo de verdad me destrozó».
La pérdida de la familia es una de las consecuencias más dolorosas de seguir a Jesús, especialmente para una mujer soltera en Irak. Sara lo sabe de primera mano. Pero no se arrepiente de su decisión.
«Antes de conocer a Cristo, mi vida estaba vacía», me dice. «No tenía la alegría y la paz que tengo ahora en mi corazón. Sí, en mi vida anterior tenía todo lo que quería, todas las cosas materiales estaban a mi alcance. Pero en mi interior no había verdadera estabilidad, ni verdadero amor. Era incapaz de amar, era muy egoísta y egocéntrica, y tenía un ego muy grande». Mientras habla de cómo ha cambiado su vida después de conocer a Jesús, puedo ver la alegría en el rostro de Sara. Mirando hacia atrás, ella ve cómo Dios ha trabajado a través de todas las situaciones difíciles para acercarla a Él.
«Después de encontrar a Cristo mi vida se transformó completamente. Empecé a conocer el amor, algunas cosas empezaron a romperse dentro de mí», comparte. «Estoy agradecida por todas las cosas malas y las experiencias por las que he pasado. Llegué a conocerle mejor y fui transformada a su imagen».
Como Job en la Biblia, Sara sacudía el puño contra Dios, a veces culpándole mientras se enfrentaba a una situación difícil tras otra, dice.
«Pero ahora estoy agradecida por todo, porque si no me hubieran pasado esas cosas, nunca habría encontrado a Cristo», dice Sara.
Gracias a ti, mujeres como Sara están creciendo en su fe en Irak. Sara asiste regularmente a una iglesia, uno de los Centros de Esperanza que apoya Puertas Abiertas. Estos Centros de Esperanza ofrecen diversos ministerios para fortalecer las comunidades y la iglesia en esa zona.
En el Centro, Sara participa en las reuniones organizadas para mujeres, donde es aceptada y puede crecer como discípula.
«Mi esperanza y mi sueño es que me den un documento de identidad que diga que soy cristiana; que señale que pertenezco a Él también en mi documento de identidad», dice Sara. Aun así, ella no hace de su recién descubierta fe un secreto, dando a otros la Palabra de Dios como la recibió hace más de 10 años cuando era una adolescente curiosa.
«Mi ministerio es con los taxistas», dice. «Hablo con ellos de Dios y les distribuyo Biblias en kurdo.» Como Job, Sara ha visto de primera mano el poder de Dios y la sabiduría de sus planes. «Nunca me he arrepentido de la decisión que tomé», afirma. «Él me llevó a lo más bajo, sólo para levantarme de nuevo».
*Nombres ficticios e imágenes representativas utilizados por motivos de seguridad.