Me pregunto también que se espera de nosotros como Iglesia de Jesucristo, cuando todo alrededor parece derrumbarse y nadie parece tener una respuesta clara ante tal avalancha de sufrimiento. Siento que, de algún modo, hemos recibido un gran legado, se nos ha entregado una gran responsabilidad y ahora tenemos que saber cómo gestionarla. Veo una sociedad llena de temor, dudas y necesidad, los datos sobre el contagio del virus y las consecuencias que está ocasionando en las familias y personas en nuestro país, me hacen sentir la necesidad de dar una respuesta.
Jesús dijo en una ocasión que Él es la luz del mundo. Hoy más que nunca esa luz es necesaria, solo que ahora nos toca a nosotros alumbrar y hacer brillar la esperanza que hemos recibido de Él. Se nos ha entregado la misión de resplandecer en medio de tanta oscuridad. El evangelio de Mateo nos devuelve ahora el llamado a todos nosotros: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder”.
Efectivamente, no se puede esconder el amor de Cristo, cuando trabajadores sanitarios cristianos son ubicados en la primera línea de batalla contra el virus en países musulmanes, para que sean ellos, y no sus colegas de religión musulmana, los que se expongan al contagio. No se puede esconder la luz del amor de Dios brillando en sus corazones, cuando a pesar de ello, su amor y servicio al prójimo les hace alumbrar en esos lugares llenos de sombras y angustia. Unos a otros se animan con las siguientes palabras: “No pongas en cuarentena la compasión de Cristo.” Pero también nos hacen el siguiente reto: “A pesar de que estamos asustados, sentimos su amor por los pacientes. Orad por nosotros para que podamos ser sus manos y sus pies en la tierra”. Vuelvo a mirar una vez más a nuestros hermanos que atraviesan por las noches más oscuras y como milagrosamente, su luz brilla aún con más fuerza. Vuelvo a mirar su ejemplo y a sentir cuanto necesitamos de su inspiración para continuar elevando el nombre de nuestro Señor en situaciones tan difíciles.
Recordemos que nuestra luz no es propia, se nos es entregada por la fuente inagotable de su amor. Imitemos el ejemplo de nuestro Señor y entreguemos lo que de Dios nos ha sido entregado.
En definitiva, es la hora de que la luz que hemos recibido de Cristo por medio de su Espíritu en nuestras vidas comience a hacer su trabajo. Hagamos brillar con nuestra entrega y nuestras acciones donde más se necesita: Hagamos que la luz de otros se mantenga brillando y alumbrando en tantas situaciones de tinieblas, respondamos a su necesidad, invirtamos en el que más lo necesita: Apoyemos a la iglesia perseguida, sepamos de ellos, oremos con ellos, recordando sus palabras una vez más en medio de esta situación: No pongas en cuarentena la compasión de Cristo.
Sergio Moro