Historias China | 13 junio 2022

El viaje de su vida

Un cocinero improvisado en una de las grandes aventuras misioneras de la historia.

 

 
Cuando el cocinero original del Proyecto Perla tuvo que volver de manera inesperada a casa, Terry Madison tuvo un encuentro con Dios que lo impulsó a ofrecerse como voluntario para ocupar su lugar.

Mi nombre es Terry Madison. Durante mis primeros seis años en Asia, colaboré con Puertas Abiertas y con el Hermano Andrés, participando así en una de las grandes aventuras misioneras del s. XX: el Proyecto Perla, que hizo posible entregar un millón de Biblias en China en una sola noche.

Antes del viaje, me tocó escribir todo el material para recaudar los millones de dólares que necesitábamos para la misión, lo cual representó un verdadero reto al no poder decir lo que estábamos haciendo: ¿Cómo se pueden recaudar millones de dólares y esperar que la gente envíe sus donaciones sin decirles cuál es la causa?

Durante un periodo de varios meses, muchos colaboradores de Puertas Abiertas alrededor del mundo vinieron a trabajar en el barco y a preparar el viaje. Por cuestiones de seguridad, todo lo referente al proyecto debía mantenerse en secreto, incluso frente a nuestras propias familias. 

A medida que se acercaba más la hora de llevar a cabo la misión, nos dimos cuenta de que se trataba de algo realmente serio; podíamos ser encarcelados, terminar muertos e incluso podríamos perdernos en el mar. Así que hubo un momento, dos o días antes de partir en el que algunas personas dijeron: «Esto ha sido maravilloso, hemos ayudado con lo que hemos podido, pero no puedo hacer el viaje».

Ninguno de nosotros actuó de tal manera. Teníamos miedo y sabíamos desde el fondo del corazón que se trataba de una tarea arriesgada. Sin embargo, sabíamos que, a pesar de nuestros temores y dudas, debíamos estar allí. No podíamos estar a bordo del barco y no obedecer a la voz de Dios diciéndonos lo que quería que hiciésemos, así que fuimos. 

  
Un rol inesperado

Yo fui el cocinero de la tripulación, pero ese no fue siempre el plan. El día antes de comenzar el viaje, me pidieron que fuera con el cocinero original de la tripulación a comprar algunas cosas como cestas de alimentos y algunos otros comestibles. Cada uno de los 20 miembros en la tripulación recibía una llamada telefónica a la semana de parte de nuestras familias. Cuando el cocinero habló con su esposa, le dijo: «Tienes que volver a casa». Él me miró y me dijo: «Tengo malas noticias para el capitán. Tengo que volver a casa, hay asuntos familiares por resolver y eso deja al barco sin cocinero».

Fue en aquel momento cuando tuve la sensación de que el Señor me estaba diciendo que debía presentarme como voluntario para el puesto de cocinero. Yo odio cocinar, no sé cocinar, así que tuve esa lucha en mi corazón. Descargamos las compras, él subió y le dijo al capitán que tenía que volver a casa de manera inmediata; mientras tanto, yo tenía una pequeña lucha con el Señor. Finalmente, me acerqué, llamé a la puerta del capitán y cuando me preguntó qué podía hacer por mí, dije: «He venido a ofrecerme como voluntario; tengo entendido que van a necesitar a un cocinero. Tengo buenas y malas noticias. La buena noticia es que soy voluntario. La mala es que no sé cocinar, no tengo ni idea de que hacer». Me dijo: «Estás aceptado».

Así que yo le dije: «Bueno, ¿por dónde empezamos?» Afortunadamente y por la gracia de Dios, la esposa del capitán estaría a bordo durante pocas horas que aprovechó para escribir los menús para tres comidas al día durante una semana. Ella sacó un gran cuaderno amarillo y escribió 21 recetas que formarían parte del menú. Después de eso, baje a conocer mi lugar de trabajo, la cocina. Era tan pequeña que con solo extender mis brazos podía tocar las cuatro paredes. Había una estufa de gas con cuatro fuegos. Estando en el mar, se volvía un poco peligrosa.

«Todos sobrevivimos a mi cocina, a los peligros del mar y a los peligros de entregar un millón de Biblias a nuestros amados hermanos y hermanas en China».

Terry Madison

Un aspecto destacable era que podía comprar filetes. Algunos de los hombres tenían un don para hacer las cosas, así que teníamos bidones de 55 galones. Conseguíamos carbón y preparamos una barbacoa en la parte trasera del barco. Teníamos maíz que asábamos en la parrilla y filetes; creo que también horneé patatas. Sentarse en la cola del ventilador en el puerto de Hong Kong, mirando las luces de la noche y comiendo un filete era un verdadero placer para nosotros y especialmente para mí ya que los chicos querían preparar la barbacoa, lo que me dejaba la noche libre. 

Cuando llegue a casa, unas semanas más tarde, y mi esposa descubrió que había sido cocinero, dijo: «Genial, ayúdame a cocinar». Le dije «Querida, tengo una triste noticia para ti, la unción me dejó cuando baje del barco».

Así fue como 20 hombres fueron alimentados tres veces al día por un novato en la cocina. Algunos dirán: ¡La buena noticia es que nadie murió! Y así fue; todos sobrevivimos a mi cocina, a los peligros del mar y a los peligros de entregar un millón de Biblias a nuestros amados hermanos y hermanas en China.
 

El funcionamiento de un barco

La noche de entrega, cerca de las nueve de la noche del 18 de junio de 1981, usamos tres botes inflables. Tenían motores pequeños que resultaban débiles para remolcar los paquetes de una tonelada. Yo era tripulante de uno de los botes, éramos dos y yo me encargaba de tomar una cuerda y pasarla a nuestros hermanos chinos que esperaban en el agua.

Subimos a la embarcación y arrancamos el motor, en eso mi compañero me dijo: «No podemos poner en marcha el motor. Necesitamos una banda elástica».

Horas antes, el capitán Bill había dicho a toda la tripulación: «Cuando estemos ejecutando la misión de esta noche, deben llevar ropa que no sea holgada o pueda engancharse en algunos de los mecanismos. No podemos darnos el lujo de tener a algún herido o por la borda». Así recordé que cuando era niño y montaba bicicleta, solía tomar las gomas elásticas que mamá usaba en los tarros de conservas, si las estirabas podías ponerlas sobre las piernas en el pantalón. En los viejos tiempos podrías usarlas para evitar que se engancharán en la cadena de la bicicleta. 

En algún momento, había encontrado unas gomas en el barco, las llevaba en mis piernas y muñecas para que mi ropa no quedará suelta, así que le dije a mi compañero: «No vas a creerme, pero tengo cuatro gomas». Hicimos funcionar la barca toda la noche tan solo con dos gomas. Si no hubiéramos tenido una de esas gomas, habríamos muerto todos en el agua esa noche. De nueva cuenta, el Señor proveyó de manera misteriosa y mostró su maravilla, incluso con bandas elásticas.

Mi recuerdo favorito del viaje fue la noche de la entrega. Los creyentes se metían en el agua que les llegaba hasta el pecho, mientras yo desataba la cuerda atada a nuestro pequeño bote. Yo los miraba a los ojos. Nos hubiera encantado estar en la orilla para abrazar a nuestros hermanos, hablar con ellos y darle un toque más personal al asunto. Ver la emoción en sus caras al ver el enorme volumen de Biblias destinadas para ellos fue un enorme placer
 

«Ver la emoción en sus caras al ver el enorme volumen de Biblias destinadas para ellos fue un enorme placer»

Terry Madison
La pasión y fidelidad de Dios 

Algo que Proyecto Perla me enseñó es la profunda pasión que los cristianos perseguidos tienen por la Palabra de Dios. Me mostró la fidelidad del Señor que hizo llegar su Palabra a la gente por cualquier medio posible. El hecho de que nos usará a nosotros fue un regalo para ver su fidelidad en muchas maneras. Hubo oportunidades donde todo tipo de caos podía producirse: nos pudieron haber descubierto, nos pudieron haber traicionado o pudimos sufrir accidentes. El Señor supervisaba su obra y a pesar de los momentos difíciles que pasamos en algunos momentos, el Señor siempre estuvo allí

Todos nos dimos cuenta de lo fiel que es Dios con su pueblo: hace llegar su Palabra aun cuando parece difícil o imposible. Él tenía y tiene corazón para China, estaba decidido a llevar esas Biblias a las manos de más de un millón de personas. Nosotros nos presentamos y contribuimos cómo nos fue posible, pero Dios lo hizo realidad.

Para nosotros esta experiencia aumento nuestra fe. Pensamos: «Si podemos lograr esto, cualquier cosa será poco». Experimente un nivel de fidelidad y confianza más alto que antes. Haber formado parte de este proyecto cambió para siempre mi forma de pensar sobre la provisión y el poder milagroso de Dios, y sobre cómo cuida a las personas.

Dios hace milagros y se ocupa de los detalles aun cuando ni siquiera sabes que había que ocuparse de ellos. Sucedieron cosas que sólo Dios podía saber, y él proveyó. ¡Incluso las bandas elásticas!

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