Reflexiones 24 septiembre 2021

Si lo vas a hacer, ¡hazlo con amor!

¿Qué es la vida sino una verdadera oportunidad para aprender a amar?

 

 

Como hijos de Dios deberíamos ser continuos aprendices de esta lección. Nuestro propósito en este mundo no es enriquecernos, crecer en popularidad o fama, ni siquiera convertirnos en eruditos de las artes o las ciencias.

Pero tampoco hemos sido dejados aquí solo para predicar el evangelio, consolar al abatido, visitar enfermos o realizar buenas acciones de caridad. Aunque es cierto que cosas semejantes a estas pueden estar en nuestra lista de deberes y ocupar mucho de nuestro tiempo, la realidad es que el último y más elevado propósito y motivación de cualquier cosa que emprendamos debe estar impregnado por un amor creciente en nuestros corazones. Un amor por Dios y con relación a este, por nuestro prójimo.

Y precisamente ese es el deseo que nuestro Señor repetidamente ha manifestado al ser humano y a todos sus hijos.

«Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.» Juan 13:34

Si nos hacemos expertos en todas aquellas cuestiones, pero no hemos avanzado ni crecido en el amor hacia nuestros semejantes, de nada valdrá. Por eso, que todo lo que hagamos, sea hecho con amor y con un sentido y espíritu que pretenda tratar al otro como desearíamos ser tratados. Quizá también con un espíritu más manso y lleno de misericordia hacia los errores de los demás, o tal vez sintiendo la necesidad de mi hermano prácticamente como propia.

«Si Dios nos ha amado así, debemos nosotros también amarnos unos a otros…» 1ª Juan 4:11

Precisamente este es el sentir y compromiso con la necesidad del prójimo del padre Tony, un sacerdote de origen libanés y afincado en Siria que se mantuvo fiel a su llamado, como también hicieron tantos otros sacerdotes y pastores en estos tiempos de guerra y persecución.

Se quedaron y animaron a los miembros de su iglesia a quedarse también y participar de la recomposición de su nación. Incluso tras haber sido secuestrado por extremistas durante cinco semanas, el sacerdote continuó con su importante labor.

Él nos dice: «Nuestro mayor desafío ahora es la falta de juventud. Esta generación se ha perdido a causa de la guerra… huyeron del país en cuanto tuvieron la ocasión, escapando del servicio militar o en busca de una vida mejor en el extranjero. Ahora presto más atención a los niños. Insisto en que no sólo hay que educarles, además hay que darles conocimientos espirituales y enseñarles la Biblia y sus valores»

Y nosotros, ¿estaremos dispuestos a llevar hasta límites inexplorados nuestro amor a Dios y hacia las necesidades de aquellos que sufren? ¿Estaremos dispuestos a examinar nuestros corazones y entregar cualquier motivación que se aleje del sincero amor que Cristo espera se reproduzca entre aquellos que nos acompañan en esta travesía?