Reflexiones 26 agosto 2020

Sara, la joven “Timoteo” de Filipinas

Sara nació en el seno de una familia musulmana parte de una de las 13 tribus musulmanas que se encuentran en Mindanao, al sur de Filipinas. Ella tenía una relación muy cercana con su Padre.

 

 

“Mi padre era mi inspiración. Él era muy trabajador y tenía mucho éxito. Yo quería ser como él cuando creciera” comentaba ella.

Pero un día cuando aún era adolescente, vio a su padre en un canal de televisión. Él estaba involucrado con traficantes de drogas de la ciudad. La persona a la que más admiraba la había decepcionado.

Mientras su padre estaba en la cárcel, Sara empezó a beber y comenzó a rebelarse contra su familia, además dejó de ir a la escuela.

“Perdí toda esperanza y no tenía una casa a la que volver”, comparte Sara.

Pero Dios tenía otros planes para ella. Sara pudo encontrar refugio en la “Cuna de Timoteo”, una casa que sirve de centro de discipulado para chavales jóvenes que lleva un pastor con la ayuda de Puertas Abiertas.

Gracias a la oportunidad de poder vivir con otros cristianos en esta casa, ella aprendió sobre Jesús y finalmente le aceptó como su Señor y Salvador. “Había algo en ellos que era diferente. Me di cuenta de que tenían una sensación de seguridad en ellos que yo quería tener para mí misma. Esa seguridad pude encontrarla en Jesucristo”.

Esta nueva fe encontrada en Cristo le dio la fuerza para dejar su nueva vida y empezar una nueva. Ella quería compartir con su familia lo que había encontrado en Cristo. Ellos son todos musulmanes, por lo que sabía que no iba a ser algo fácil. A pesar de esto no perdió la esperanza y la motivación de ministrarles a través de simples actos de amor.

No mucho después de convertirse, Sara tuvo la oportunidad de compartir su fe en Jesús con su hermana pequeña. Ella también aceptó a Jesús como su Señor y Salvador. Gracias a Dios, Sara finalmente tenía alguien en su familia que era creyente también, esto le dio esperanza de que su familia, incluyendo su Padre en prisión, podía ser salvado.

Sin embargo, Sara todavía tenía malos tragos por los que atravesar. Los planes para su familia se desmoronaron por completo cuando su padre se quitó la vida en prisión.

“Su muerte me afectó de una manera muy grande. Le pregunté a Dios si es que no había tenido fe suficiente. ¿Todo lo que había hecho por Dios no era suficiente?”.

Esta prueba de fe se complicó mucho más cuando su propia familia se volvió contra ella. La familia le culpaba por la muerte de su propio Padre. Ellos culpaban a su fe y a su Dios.

“Cuando más los necesitaba, mi propia familia se convirtió en mi enemiga. Todo empeoró cuando en una visita de mi tío me pegó una bofetada. Él estaba enfadado y me culpaba por la muerte de mi padre”, dijo Sara.

Este fue un momento muy difícil en la vida de Sara. Ella había orado para que su familia conociera a Dios, sin embargo, todo parecía que estaba sucediendo de forma contraria a lo que ella había estado orando.

A pesar de los desafíos que encontró en su camino, la fe de Sara continuó siendo fuerte. Ella continuó agarrándose a Dios y en la promesa de que Dios estaría con ella, a pesar del dolor de su corazón.

Pronto después del incidente con su tío, su madre vino a visitarla por navidad. Ella estaba todavía afligida y habían tenido un momento para hablar de la muerte de su padre. Mientras sus lágrimas bajaban por sus mejillas sus corazones se abrieron. En ese momento Sara tuvo la oportunidad de compartir el amor de Jesús con su madre.

Ella le contó que incluso si su padre ya se había ido, había alguien que nunca le dejaría, y ese era Jesús. En ese momento su madre creyó.

“Mi madre aceptó a Jesús como su Señor y Salvador el día 24 de diciembre. Este fue el mayor regalo que podría hacer recibido. Ella incluso me dijo que quería bautizarse de momento”, nos comentaba Sara.

Es en estos momentos donde más real se hace la promesa acerca de la bendición que Dios otorga a aquellos que soportan y resisten los momentos malos y el deseo que a veces puede golpear el corazón, sobre abandonar el camino de servicio y obediencia a Cristo.

Al final, cuando permanecemos erguidos y pendientes de la gracia soberana de nuestro Dios, vemos el fruto de nuestro trabajo, de nuestra fe y de nuestra perseverancia.

Es en esos momentos que esperamos en la Palabra de Dios cuando nos dice:

“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.” (Santiago 1:12)