Historias Mozambique | 23 enero 2021

Atribulada en todo, mas no angustiada

Varias semanas después de que Furaia, de 40 años, presenciara el brutal asesinato de su marido y su hermano en la provincia de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, todavía le resulta muy difícil hablar de los hechos. Pero tiene poco espacio para reflexionar sobre su trauma porque, desde aquel horrible día, se ha convertido en el único sostén de 14 hijos.

 

 

¿Cómo alguien que atraviesa una tribulación tan extrema aún dispone de la energía y convicción necesarias para salir adelante? La verdadera respuesta a esta pregunta es que Dios cuida y da las fuerzas sobrenaturales y necesarias a los hijos que enfrentan estas pruebas tan duras.

"Nos sorprendieron a todos", cuenta Furaia a los compañeros de Puertas Abiertas, al borde de las lágrimas. "Los atacantes nos reunieron y nos juntaron en un espacio abierto, pero yo conseguí esconderme entre la hierba alta... no me vieron... pero observé todo lo que ocurría.”

"Vi cómo ataban las manos de mi marido y lo torturaban gritando '¡Allahu Akubar! Allahu Akubar!" antes de cortarle el cuello. Vi cómo mataban a mi hermano y a otros hombres del mismo modo. Luego se marcharon, llevándose a mis hermanas y a otras mujeres. No he vuelto a saber nada de ellos. No sé si están vivos o muertos".

Faraia no tuvo tiempo de enterrar a su marido y a su hermano. Tras asegurarse de que los terroristas se habían ido, volvió a su casa y reunió a sus hijos y a todos sus sobrinos. En total, ahora tiene 14 pequeños que cuidar.

Pasaron los siguientes días escondidos mientras corrían hacia Nampula, una ciudad más grande en la provincia vecina del mismo nombre. El poco dinero que ganó vendiendo pescado y otras cosas del mar, les ayudó a conseguir transporte para parte del viaje a Nampula.

No trajeron nada con ellos. La mayoría de sus pertenencias se quemaron en los incendios que iniciaron los rebeldes. No hubo tiempo de empacar nada de lo que quedaba, y de todos modos no había espacio para ello en el autobús lleno de gente.

Cuando llegaron a Nampula, Furaia encontró un lugar para alquilar gastando todo el dinero que le quedaba. Se sintieron seguros por primera vez en muchas semanas y agradecieron a Dios por el techo sobre sus cabezas. Pero no tenían mucho que comer, ni utensilios o ropa de cama, sino sólo la ropa que llevaban puesta.

Fue en este momento que la ayuda de emergencia en forma de alimentos, utensilios de cocina y ropa de cama le llegó. No pudo haber sido en mejor momento. Definitivamente, era el momento donde la tribulación de nuestra hermana no se convertiría en angustia, sino en bálsamo y respiro de parte de Dios.

"Agradezco a Dios por esto. Mis hijos y yo ahora tenemos algo para comer. Sin esta ayuda nos habríamos muerto de hambre. Estoy muy, muy agradecida por todas las cosas que recibí. A los donantes, me gustaría dar las gracias y que Dios los bendiga."