Historias Corea del Norte | 22 febrero 2023

Una oración

Hannah supo muy poco acerca de la fe de su madre mientras crecía, pero sí aprendió una oración

 

 
La madre de Hannah era creyente clandestina en Corea del Norte. Ella nos cuenta su historia.

A pesar del peligro, mi madre oraba todos los días, a veces bastante a la vista. Incluso en su lecho de muerte, nos dijo que siempre estuviésemos agradecidos y que orásemos siempre. «En la vida hay problemas» decía, «si hay problemas, tienes que orar», pero nunca nos explicó cómo.

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Lo único que podíamos entender era «¡Hananim! ¡Hananim! ¡Señor, señor! Ayuda…». Y luego no entendíamos nada más porque hablaba muy rápido. La oración era tan importante para mi madre que incluso se lavaba el pelo y se ponía su mejor ropa. «Nos tenemos que acercar a Dios con la máxima reverencia», decía.

Gracias a las oraciones de mi madre, nunca me adoctrinaron con la ideología reinante tanto como a otros norcoreanos, sobre todo, después que me confesara cómo nací. Mi madre no podía quedarse embarazada, así que alguien le dijo que, si oraba a Jesús, tendría un bebé. Entonces oró, oró durante ocho años y después nací yo. Mi madre nunca me explicó todo el Evangelio, pero cuando me casé a los veinte años me contó esa historia, y supe que yo era fruto de la fe. También me di cuenta de que la vida era dura, tuve seis hijos de los que murieron dos

  

«¡Hananim! ¡Hananim! ¡Señor, señor! Ayuda…».

Aún me quedan tres hijas y un hijo. Mi marido trabajaba en una fábrica, pero la economía colapsó y no hubo más trabajo. Yo hice de todo, trabajé en una fábrica, y también vendía en el mercado negro. A veces subía a las montañas llevando paquetes pesados de carne congelada para venderla.

En Corea del Norte ya no podíamos sobrevivir. Después de que muriera mi madre, mis hijas mayores fueron las primeras en decidirse a huir a China. Salir de Corea del Norte es ilegal, pero tratar de sobrevivir era tan complicado que el riesgo merecía la pena. Sin embargo, traicionaron a mis hijas. Se suponía que iban a reunirse con un familiar de mi marido, pero las vendieron en matrimonio a unos granjeros chinos pobres. Afortunadamente, las vendieron a familias del mismo pueblo y pudieron seguir en contacto.

Cuando dejamos de tener noticias de ellas, mi marido decidió ir a buscarlas. No regresó, así que un año después yo también emprendí el viaje ilegal a China. Al principio no lograba localizarlo. Trabajé en una granja como sirvienta, pero no me pagaban. Había perdido todo lo que era preciado para mí.

Oré a Dios con las únicas palabras que conocía: «¡Hananim! ¡Hananim! ¡Señor, señor! ¡Ayuda, por favor!». Finalmente, encontré a mi marido, pero mis hijas seguían desaparecidas. Mi marido decidió regresar a Corea del Norte para sacar a nuestros dos hijos, que estaban con mi familia, y lo logró. Además, pudo obtener información sobre el paradero de nuestras hijas mayores. Dijo que intentaría encontrarlas ¡y lo hizo! Unas semanas después, todos nosotros estábamos reunidos como familia en China.

Un familiar de mi marido nos llevó a la iglesia y ahí fue donde escuchamos todo el Evangelio por primera vez. Habíamos visto la fe en la vida de mi madre, pero ahora la entendíamos. Todos nos entregamos a Jesús ese día. Sentimos paz en nuestros corazones y un gozo inexplicable. Era refrescante, como limpiarte la suciedad de los ojos y poder ver por fin a Dios. Ahora podía seguirlo como mi madre lo había hecho.

Ora con Hannah
  • Ora por las familias cristianas norcoreanas, para que, a través de la oración de la iglesia, reciban esperanza.

  • Ora por nuevas oportunidades para los cristianos que logran escapar de Corea del Norte.

  • Ora para que aquellos que permanecen en el país puedan ser sal y luz para aquellos que no conocen a Jesús.

Dos semanas después, mis hijas mayores tuvieron que regresar con las familias chinas a las que las habían venido. Allí estaban seguras, pero nos prometimos seguir en contactoSin embargo, pronto pasamos de la esperanza a la desesperación. Mi marido, nuestra hija e hijo menores y yo fuimos descubiertos y arrestados por agentes secretos chinos.

El gobierno chino trabaja con Corea del Norte para encontrar «desertores» ilegales y deportarlos. Nos trasladaron de prisión en prisión hasta que al final nos enviaron a una cárcel en Corea del Norte.

A mi hija y a mí nos pusieron en el ala femenina, mientras que a mi marido y a mi hijo, que tan solo era un adolescente, los pusieron con los hombres. Nos requerían para interrogarnos, nos daban palizas. Cuando no había interrogatorios, teníamos que permanecer de rodillas en nuestras celdas desde las 5 de la mañana hasta las 12 de la noche, y sin hablar. 

Una oración por Hannah
Señor, te pido por las familias cristianas de Corea del Norte. Te ruego que reciban esperanza y ánimo para enfrentar la opresión. También te pido que sustentes a aquellos que logran escapar del país, que tengan una oportunidad par salir adelante. Oro por los que no pueden salir, para que sean sal y luz y puedan presentar el Evangelio a los que no te conocen. Amén.

Mi marido les confesó a los guardias que se había convertido al cristianismo (después nos dijo que no había tenido otra opción que decir la verdad). Tras su confesión, nos separaron y nos pusieron en aislamiento en una celda pequeña; no nos daban comida ni agua y no podíamos dormir.

A los prisioneros en aislamiento les daban las peores palizas. Nadie se atrevía a oponer resistencia porque la tortura se volvía peor. Sin embargo, mi marido era diferente. Cuanto más lo torturaban, más defendía su fe. Les gritaba «¡Si creer en Dios es pecado, prefiero morirme! ¡Matadme! ¡Mi misión es vivir según la voluntad de Dios!». 
 

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Por supuesto que, durante el tiempo en prisión, también orábamos. Un día, nos sacaron a todos de las celdas. Conforme mi hija y yo caminábamos hacia la oficina donde conoceríamos nuestro destino, oramos en silencio. Oré que Dios cambiara la prisión en una iglesia.

Cuando llegamos a la oficina, había dos prisioneros también. Reconocí a mi hijo, pero no a mi marido ni él a mí debido al aspecto tan espantoso que teníamos por las torturas. Tenía las costillas y la clavícula rotas, por lo que no podía tenerse en pie. 

En nuestra mente, todos oramos desesperadamente por un milagro, no queríamos sufrir y morir en un campo de trabajo

«Aquella noche, cuando salimos de la prisión, cantamos un himno en silencio».

Dios contestó la oración. El subdirector nos otorgó una amnistía especial; no estamos seguros de la razón. Solo pudo haber sido por la gracia de Dios. Aquella noche, cuando salimos de la prisión y por fin éramos libres y estábamos solos, cantamos un himno en silencio.

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Al final, logré escapar otra vez y ahora vivo en Corea del Sur y sirvo a Dios aquí. En Corea del Norte, mi madre solo me enseñó una oración, pero aún la oro cada día por mi país: «¡Hananim! ¡Hananim! ¡Señor, señor! ¡Ayuda, por favor!».