En el extremo occidental de El Cairo se encuentra el distrito de Manshiyat Naser. Es más conocido como «la ciudad basura».
Se trata de una zona sobrecargada de residuos. Muchos de sus residentes se dedican a recoger y clasificar toda clase de desechos reciclables que luego sacan con carros tirados por burros, para venderlos donde puedan.
La mayoría de los habitantes de esta ciudad de desechos con cristianos.
En muchas partes de Egipto, el apodo «ciudad basura» podría ser una metáfora que ilustra perfectamente la situación de los cristianos. Los creyentes a menudo habitan en las afueras de la sociedad. Son empujados hacia las afueras de su comunidad, relegados a los desechos que nadie más quiere.
Egipto ocupa el puesto 38 en la Lista Mundial de la Persecución 2024 y puede ser un lugar peligroso para los cristianos, sobre todo para los conversos del islam. Las personas de trasfondo musulmán que han abrazado la fe cristiana se consideran traidores; literalmente, «basura».
«Mi marido creía que la mujer musulmana no protesta ni expresa su opinión. Se limita a servir y obedecer en silencio»
Sin embargo, estos seguidores de Jesús tienen mucho para enseñarnos. Como por ejemplo Sarah, que ha soportado mucha oposición a causa de su nueva fe. Ella afirma: «Dios está siempre conmigo».
Pero no siempre ha sido tan fácil verlo.
Cuando Sara tenía ocho años, fallecieron sus padres y tuvo que ir a vivir con su abuela, que era una extremista musulmana. Vivían en un barrio del norte de El Cairo. Así lo recuerda la propia Sarah: «Mi educación fue la tradicional. La situación económica y los recursos de mi abuela eran muy limitados. Me crie en unas condiciones muy difíciles, y tuve que dejar los estudios a los 14 años para ponerme a trabajar».
Para mantener a su abuela, Sarah comenzó a trabajar como conserje en un hospital público.
Como pasa con muchas mujeres jóvenes en Egipto, se casó joven. A la edad de 20 años ya era la mujer de Rashed*. Pero lo que no podía intuir era que esa decisión iba a condicionar su vida de una forma tan negativa.
Rashed tenía mucha ira y abusaba de ella tanto emocional como físicamente. Cuando ya tenían dos hijos, los abusos se extendieron a ellos también. Sarah describe así aquella situación: «Dios nos bendijo con dos hijos, que eran la única nota positiva en mi vida. Pero sufrí mucho porque no podía protegerles de su padre».
Rashed no es un caso único en el mundo musulmán extremista, cuya ideología dicta que la mujer es de poco o ningún valor. Su única utilidad consiste en casarse, tener hijos y satisfacer las necesidades de su esposo y familia.
En palabras de Sarah, «no podía tener una simple conversación con Rashed, porque él creía que la mujer musulmana no protesta ni expresa su opinión. Se limita a servir y obedecer en silencio». En este contexto, la mujer no tiene derechos ni puede defenderse, ni siquiera frente a abusos continuos como estos.
Los días se convertían para Sarah en un ciclo perpetuo de angustia. «Vivía en un estado permanente de desesperación». Lo sigue recordando con mucha amargura. «El mundo que me rodeaba era todo oscuridad y tristeza. Mi vida en casa era una auténtica pesadilla y no paraba de llorar. Iba a trabajar cada día con lágrimas en los ojos, con una enorme presión en el pecho».
Sin embargo, en medio de sus momentos más oscuros, Sarah percibió un atisbo de esperanza.
Una de sus compañeras de trabajo era cristiana. Lydia parecía irradiar una felicidad especial. Aunque tenía problemas económicos y otras dificultades, a Sarah le parecía que siempre predominaba la paz en su corazón. Lo que tampoco sabía todavía era que la amabilidad y amistad de Lydia estaban a punto de impactar de forma radical en su vida.
Sarah recuerda perfectamente el día que le cambió la vida.
Llegó al trabajo, de nuevo con los ojos llorosos y el corazón hecho añicos. Lydia se acercó para darle ánimos, hablando con delicadeza y compasión. Así pudo entablar una conversación sincera con ella.
«Lydia era la única persona que me hacía caso. Se sentó conmigo y me escuchó. Me contó todo lo que tenía en el corazón, me animó y me dijo unas palabras preciosas». Sarah no podía dejar de llorar al contar en voz alta todos sus sentimientos de frustración y desesperación, y le preguntó por qué Dios había permitido que sufriera tanto.
Sumida en tanta angustia y desgracia, Sarah se atrevió a preguntarle a Lydia cuál era su secreto que le permitía estar siempre tranquila y gozosa. «¿Es tu fe lo que te da esa paz interior?», le preguntó.
Entonces Lydia le explicó el mensaje de salvación de Jesús. Sarah se sintió conmovida en lo más profundo de su corazón. Lydia le regaló una Biblia y le ayudó a leerla.
Al principio, Sarah se sintió desconcertada y asustada. No conseguía compaginar la contradicción de las rígidas enseñanzas islámicas que le habían inculcado desde su infancia con las palabras compasivas de Jesús que ahora le enseñaba Lydia. Pero lo que sí tenía claro era que deseaba de todo corazón conocer más sobre la fe cristiana.
Sarah siguió leyendo sobre Dios, anotando las diferencias entre la Biblia y el Corán. Día a día, se fue convenciendo de la verdad de estas enseñanzas cristianas y los textos que encontraba en las Escrituras, y encontró consuelo y sabiduría en estos versículos.
«La Biblia se convirtió en mi compañera diaria. La leía todos los días», recuerda Sarah. «Era alimento para mi mente, consuelo para mi corazón y paz para mi vida entera. Después de un año en compañía del Evangelio, me había transformado en otra persona diferente que no pensaba que podía llegar a ser. Las enseñanzas de Jesús me devolvieron la vida que pensaba que había perdido para siempre».
Después de estudiar la Biblia durante un año, Sarah se sentía cada vez más conectada con Dios y veía su presencia en su vida, hasta tal punto que una noche tuvo un sueño que le cambiaría la vida.
En él, se le apareció Jesús y le habló de manera muy tierna diciendo: «Sarah, ¿por qué tienes miedo? Sígueme, pues Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».
Cuando despertó, Sarah sabía que su vida había cambiado para siempre. Aquel día, a la edad de 28 años, aceptó a Jesús como Señor y Salvador, de todo corazón.
«La fe en Jesús me llenaba de gozo, paz y esperanza», asegura Sarah. «Jesús me dio la fuerza que tanta falta me hacía. Encontré de nuevo la esperanza».
A partir de aquel momento, la vida de Sarah tomó un nuevo rumbo. Encontró la fuerza y la esperanza que no sabía que podía tener, y su relación con Dios le llenaba de amor y de paz interior.
Por supuesto, esto no significaba que se iban a acabar los problemas, como la propia Sarah explica. «Al hacerme cristiana, me exponía al posible rechazo y a la persecución, o incluso al divorcio si mi marido se enteraba de mi fe en Jesús. Tenía que ser prudente y cautelosa si no quería perder a mis hijos. Además, cabía la posibilidad de que alguien de la comunidad me rechazara o incluso me matara por causa de mi fe. Vivo en una zona dominada por el prejuicio y el extremismo, donde una musulmana que se convierte al cristianismo sufre un rechazo total y puede perder su vida».
Un día, se hicieron realidad sus miedos más profundos. Sarah estaba en casa, orando, con la Biblia en las manos, cuando de repente volvió Rashed del trabajo antes de la hora habitual. Cuando la pilló con la Biblia, supo que se había convertido. Le dio una paliza brutal y la amenazó con divorciarle y quitarle a sus hijos, que entonces tenían 3 y 5 años, si no volvía al islam. También la amenazó con contar a todo el mundo su insensata decisión de renunciar al islam.
En medio de la paliza, Sarah se cayó y se golpeó la cabeza, perdiendo el conocimiento. Sus hijos lo vieron todo y se quedaron llorando y chillando, aterrados. Afortunadamente, intervinieron los vecinos y la llevaron inmediatamente al hospital, donde le tuvieron que poner 17 puntos para cerrar la herida en la cabeza.
Las amenazas de Rashed no fueron palabras vacías. «En el hospital no sentía dolor, pero tenía miedo de perder a mis hijos. Como me suponía, Rashed me entregó los papeles del divorcio, cogió a los niños y desaparecieron».
Sarah se quedó angustiada y paralizada. No sabía dónde estaban sus hijos y le aterraba ser una mujer desprotegida. Todo estaba en su contra: era una mujer sin la protección de un hombre en una sociedad islámica, conversa al cristianismo, y no tenía dónde ir. Esto es lo que pasaba por su mente en aquel momento de tanta desesperación: «Tenía miedo de la gente que considera que los cristianos son infieles; miedo de que nunca volviera a ver a mis hijos; miedo de lo desconocido, porque no solamente soy una mujer sin protección, sino que además soy una cristiana seguidora de Jesús en un entorno completamente hostil».
Sus vecinos comenzaron a amenazarle. Una vez descubierta su fe y con tantas amenazas continuas, Sarah no tenía otra opción que renunciar a su trabajo y mudarse a un lugar más seguro. Sumida en el más profundo dolor, oró a Jesus: «¿No tienes otro futuro para mí que el miedo y el sufrimiento que estoy viviendo ahora?».
Pronto recibió la contestación.
No tenía otra opción: Sarah le pidió ayuda a Lydia, que la puso en contacto con Shereen*. Esta colaboradora local de Puertas Abiertas ayudó a Sarah a conectar con una iglesia en casa y a encontrar dónde vivir. Otros colaboradores de Puertas Abiertas la ayudaron también a pagar el alquiler y buscar un nuevo trabajo en un hospital de su nueva ciudad.
«Shereen me acompañó en cada paso, me ayudó y animó, me tendió la mano, secó mis lágrimas y alimentó mi fe. Me ayudó a resolver mis problemas y a superar los obstáculos que afrontaba día a día».
Nuestra colaboradora también puso en marcha un proceso de seguimiento y apoyo continuos, que contaba con sesiones de atención postraumática y un programa de atención espiritual y crecimiento personal.
«El programa me ayudó a comprender que el Señor tenía otro proyecto diferente para mi vida, y era mucho más hermoso que el que yo deseaba», reconoce ahora Sarah.
Los cambios no se han materializado de la noche a la mañana. Han pasado 10 años desde su época más oscura. Todavía tiene que vivir ocultando ese secreto peligroso con una doble identidad por motivos de seguridad. Sabe que, si descubren su conversión al cristianismo, su vida puede estar en peligro.
Sarah también ha tenido que desaprender la perspectiva negativa que se le había inculcado en su educación islámica radical. Había creído siempre asumiendo que su papel consistía sólo en casarse, servir y satisfacer cada necesidad y deseo de su marido.
Pero al conocer más sobre Jesús, ha llegado a verse a sí misma desde la perspectiva de Dios: como una hija del Rey, valorada, creada en la imagen de Dios.
«Me educaron para servir, casarme y cuidar a mi marido e hijos. Estaba convencida de que este era mi único propósito. Me ha llevado mucho tiempo superar la mentalidad de tradiciones y creencias islámicas, y empezar a reconocerme como amada de Cristo, el Dios que me ama y conoce mi nombre».
Así empezó una profunda transformación en el corazón de Sarah. En 2017, esta cristiana egipcia clandestina empezó a asistir a un grupo de discipulado y se unió a un ministerio que sirve al Señor ayudando a otras mujeres conversas del islam.
«Shereen me acompañó en cada paso, secó mis lágrimas y alimentó mi fe. Me ayudó a resolver mis problemas y a superar los obstáculos que afrontaba día a día»
Sarah encontró el auténtico gozo de la fe en Jesús, pero todavía tenía un pesar muy grande anclado en su corazón: su anhelo de reunirse con sus hijos. Junto con otros conversos de trasfondo musulmán de su grupo de discipulado, oraron durante años, pidiendo a Dios que se manifestara e interviniera en la vida de los pequeños, y rogándole que le permitiera a Sarah volver a verlos.
En septiembre de 2023 ocurrió el milagro: sus oraciones fueron escuchadas y Sarah recibió una llamada telefónica de su hijo mayor. Le contó que su hermano pequeño y él habían logrado escapar de su padre después de años de un trato cruel. Desde entonces, habían buscado sin tregua el paradero de su madre. Los chicos, que entonces ya tenían 13 y 15 años, le comunicaron que querían irse a vivir con ella, ya no querían estar con su padre.
Sarah recuerda el momento cuando volvió a ver a sus hijos por primera vez después de todos esos años: «Comprendí que la misericordia y la gracia del Señor no conocen límites. Nunca pensé que pudiera sentir tanta felicidad y alegría».
Para mayor alegría, ambos hijos le comunicaron su deseo de saber más sobre el Dios que había cambiado su vida. «Me dijeron: ‘Eres muy valiente, mamá’ y hablaron de mi fe y de cómo elegí seguir a Jesús a pesar de lo que dice la gente de los cristianos y los peligros que enfrentamos. Me dijeron: ‘Queremos conocer al Señor Jesús como tú le conoces’». Con el paso del tiempo los hijos de Sarah llegaron a dar el paso de fe y aceptaron a Jesús como su Señor y Salvador. Han decidido seguir a Dios junto con su madre. Los colaboradores de Puertas Abiertas han buscado un colegio para estos jóvenes en la misma ciudad de Sarah, y ahora pueden vivir todos juntos en familia.
A los cristianos egipcios como Sarah, les persiguen y les marginan, y les recuerdan continuamente que no son bienvenidos, que no son más que basura. Las mujeres como Sarah son consideradas como ciudadanas de segunda. Cuando les expulsan de su hogar, pierden el poco valor que se les había dado.
Sarah describe así su situación actual: «Soy una madre soltera con escasa formación. Pero lo que lo hace más difícil todavía es que vengo de trasfondo musulmán y ahora soy cristiana. Esto me convierte en blanco de las ideologías extremistas que me rodean. Lucho por protegerme a mí y a mis dos hijos, y deseo poder mantener a mi familia. Enfrento a diario la persecución y las presiones de mi entorno».
El poder del Espíritu Santo y las verdades que aprende en el grupo de discipulado están poco a poco obrando una profunda transformación en el corazón de Sarah y de otras incontables mujeres egipcias. Gracias a tu apoyo, nuestros colaboradores pueden acercarse a las creyentes clandestinas como Sarah, y ayudarlas.
«Gracias al apoyo y ayuda constante de vuestro ministerio, me siento segura y estable», agradece Sarah. «He aprendido a confiar en Jesús, y sé que nunca me abandonará. Está siempre conmigo, cada día».
Cuando Sarah hace balance de su vida, recordando el dolor y el trauma, también le sorprende ver la bondad de Dios. «Tiempo atrás pensaba que Dios me había abandonado, pero he aprendido a confiar en Él y sé que nunca me abandonará. Ahora sé que Dios está y estará siempre conmigo».
Puertas Abiertas trabaja a través de colaboradores locales en Egipto para ayudar a cristianos como Sarah con educación, reconocimiento de derechos básicos, asistencia médica y ministerios para jóvenes, familias y mujeres. Por favor, vela por nuestros hermanos perseguidos en la clandestinidad para que puedan subsistir en secreto y mantengan firme su fe en Jesús, sabiendo que no están solos.
*Nombres ficticios e imágenes representativas utilizados por motivos de seguridad.