Ayaan mira conmocionada a su madre. La mujer que hace tan solo dos meses la había amado y cuidado como a la niña de sus ojos, acaba de derramar una taza de té caliente sobre ella. Puede sentir cómo el té recorre su cara dejando una sensación de escozor que durará días. Pero no es tanto el escozor del líquido caliente lo que le duele, sino el desprecio absoluto que observa en la cara de su madre cuando le dice gritando: “¡Ya no eres parte de mí!”
Cuando esto le ocurrió, la joven de 19 años se dio la vuelta y se alejó a pie. “Esto es demasiado duro. ¿Cómo voy a sobrevivir a esto?”, clamaba a Dios, en quien había empezado a creer hacía poco tiempo. No tenía nada para comer ni lugar donde dormir. “Estoy demasiado asustada. Si fuera un hombre, quizás podría enfrentarme a ello, pero no lo soy. Y no sé qué hacer”, le repetía a Dios.
Tras pasar la noche subida a un árbol, agarrada con fuerza para no caerse y sin apenas pegar ojo, Ayaan fue a ver a suplicar a su madre que la dejara estar solo una noche bajo su techo. La respuesta de su madre fue un rotundo NO que hizo que Ayaan vagara de nuevo sin rumbo, sintiéndose humillada, aterrorizada y con el corazón roto. Por el camino, seguía conversando con Dios: “Si los hombres de mi familia me encuentran, me matarán. Tú sabes lo enfadados que están conmigo y que todos esperan que me castiguen. Tú sabes que todos esperan que me castiguen. Muéstrame el camino”. Y Dios se lo mostró. Una vez en la iglesia, la familia del pastor se mostró más que dispuesta a acogerla.
El encuentro de Ayaan con Cristo comenzó con un sueño donde se veía a sí misma entrando en una casa cristiana en la que escuchaba una magnífica voz dirigiéndose hacia ella. Según recuerda: “Jamás había escuchado nada igual. Después estuve dos días sintiéndome mal y pedí a mis amigos que me llevaran a la iglesia. Allí escribí una petición de oración en un trozo de papel y pedí al pastor que orara por mí. Todos los síntomas de enfermedad desaparecieron. Me di cuenta de que Jesús era la verdad y le entregué mi vida”.
Y Cristo entró en su vida, pero también comenzaron las dificultades. Una vez que todos se enteraron de su decisión, su vida empezó a correr grave peligro: “Mi familia me obligó a irme. Mi hermano me dijo que mi fe era Haram (merecedora de muerte). Me buscaron muchas veces con la intención de matarme.”
Eso fue hace 11 años. Ayaan derramó muchas lágrimas. Había sido la niña mimada de sus padres hasta entonces. Los demás niños habían sido obligados a asistir a la madrassa y a acudir al menos a tres de las cinco sesiones de oración diarias en la mezquita. Pero por razones desconocidas para Aayan, ella no lo fue, sus padres fueron poco estrictos con ella en lo relativo a la enseñanza islámica. Hoy ella cree que eso fue parte del plan de Dios para su vida.
El rechazo de su familia y la soledad resultante de ello fue una carga para Ayaan: “Pedí al Señor que eliminara de mi corazón el amor por mis padres, para no sufrir tanto por su rechazo constante.”
Y fue en ese contexto que Dios usó a Puertas Abiertas para llenar el vacío de Ayaan, a través de un curso para creyentes de trasfondo somalí ofrecido por Puertas Abiertas. “Quedábamos dos veces a la semana para estudiar la Biblia en somalí. Esto me ayudó mucho, no conocía este tipo de clases, pero resulta realmente emocionante poder estudiar en mi propio idioma y compartir este tiempo con otros creyentes somalíes. Cuando pasamos por dificultades, Puertas Abiertas nos apoya, como cuando algunos de nuestros hermanos son encarcelados por acusaciones falsas”.
Hoy se puede decir que la fe de Ayaan no solo ha sobrevivido, sino que ha crecido a pesar del gran sufrimiento por el que pasó. Hoy en día, su corazón rebosa de gratitud a Dios: “Él lo ha hecho todo bueno para mí... Los años que pensé: ‘no puedo soportarlo,’ he sido capaz de aguantar gracias a Él. El sufrimiento pasa; solo necesitamos buscar a Jesús, buscar Su gracia”.
Actualmente Ayaan forma parte del coro de su iglesia y enseña canciones espirituales a adolescentes somalíes. También realiza tareas de evangelización. Todavía vive sola, lejos de su familia, pero ha aprendido a aceptarla: “Todavía no han aceptado mi fe, pero saben que no pueden conseguir que vuelva al islam. Dios me ha dado una oportunidad de compartir el evangelio con ellos”.