Me llamo Rania y tengo 33 años. Ahora soy cristiana, pero nací en una familia musulmana. Si mostrase mi rostro podría perder la vida, ya que los extremistas o incluso mi propia familia me mataría si viesen mi foto en Internet y leyeran que he renunciado
al islam. Sin embargo, quiero compartir con otros creyentes lo que es ser madre en una familia cristiana clandestina, y por ello le he pedido a una amiga que transmita mi historia.
Provenimos de un sencillo pueblo cerca de El Cairo. Mis vecinos eran musulmanes fieles, y nosotros no éramos diferentes. Cada vez que salía, lo hacía con el velo puesto, con miedo de que alguna parte de mi cuerpo se viese y eso pudiese ser considerado
como algo sensual y trajera vergüenza a la familia. Desde muy pequeña me dijeron que mi propósito era casarme, tener hijos y satisfacer a mi marido. No sentía que yo tuviese un gran valor.
«Fue en ese momento cuando entregué mi vida a Jesús».
Mi marido fue el primero en entregar su vida a Cristo. A mí no me gustó nada, ya que me habían enseñado que los cristianos eran infieles y que convertirse al cristianismo era pecado. Pero un día nuestro hijo mayor se puso tan enfermo que temimos por su vida.
Mi marido comenzó a orar por él, pero yo no le di mucha importancia. Sin embargo, mientras mi marido oraba, de repente mi hijo dejó de temblar y la fiebre que tenía bajó. Cuando mi hijo abrió los ojos, nos dijo: «Vi a Cristo en la cruz, mirándome
y diciéndome: “Niño, levántate”». Ni siquiera pude permanecer de pie. Caí al suelo, de rodillas, junto a mi marido, llorando y dando gracias a este Dios que no conocía.
Fue en ese momento cuando entregué mi vida a Jesús. A menudo, este tipo de historias termina con: «Fueron felices para siempre». Pero este no es el final de la historia, sino más bien el principio.
Como decía, nuestro pueblo era estrictamente musulmán. De cara al exterior nada había cambiado, ya que no podía dejar de llevar el velo. Convertirse al cristianismo es considerado una vergüenza para la familia, algo que para los musulmanes está
prohibido, por lo que, si queríamos vivir, teníamos que convertirnos en cristianos clandestinos.
Cuando eres un cristiano clandestino, tu propia familia es tu iglesia. Sameh, mi marido, y yo estudiábamos juntos la Biblia, hablábamos de Jesús a nuestros hijos y orábamos juntos. Fue un gran viaje para nosotros, nunca habíamos
estado tan unidos y ahora estábamos aprendiendo lo que significaba apoyarnos mutuamente como matrimonio.
Cuando naces en una familia cristiana, no eres consciente de la diferencia entre la visión del mundo del cristianismo con la del islam. Las cosas que aprendí sobre mí misma desde joven eran muy dañinas, pero estaban profundamente
grabadas en mi alma: «No tienes valor, debes permanecer oculta».
«Como familia, hemos decidido que no nos rendiremos».
«¿Por qué me ha salvado Dios de morir? Preferiría haber muerto a tener esta vida». Se deprimió tanto que ya no quería ir al colegio, ya que tenía miedo de cometer un error y que la gente supiese que era cristiano. A Sameh y a mí,
que éramos nuevos creyentes, nos resultaba difícil responder a estas preguntas.
Hablamos de esto con gente del ministerio, pero lo que más ayudó a mi hijo fue cuando le invitaron a un campamento con otros niños que vivían situaciones similares a la suya. Allí hizo muchos amigos, ya no se siente tan solo y ha vuelto a ser
feliz. Ahora incluso le cuenta historias de la Biblia a su hermano pequeño.
Hace poco comenzó un nuevo capítulo en nuestras vidas, ya que ahora dirigimos un grupo de discipulado en nuestro hogar, que se ha convertido en una iglesia en casa. Me considero una mujer inteligente, pero nunca tuve la oportunidad
de desarrollarme. El ministerio nos está ofreciendo formación en liderazgo y tengo ganas de comenzarla.
Por favor, si lees esto, ora por nosotros. Cambiar tantas cosas no nos ha resultado fácil, pero Dios nos está ayudando y hemos salido adelante. Como familia, hemos decidido que no nos rendiremos. Dios sigue siendo bueno.
*Nombre cambiado por motivos de seguridad.