Para estas mujeres, el matrimonio es una forma de alcanzar un estatus respetable y un nivel de valor y dignidad; sin embargo, en el caso de Samida los años siguen pasando y sus padres no han recibido ninguna oferta de matrimonio, lo que genera más chismes y vergüenza para ella y su familia.
El padre de Samida, quien es casi ciego, se convirtió al cristianismo cuando ella era una adolescente, declarando: «Si Jesús es tan poderoso como dicen que Él es, sanará mis ojos»; pero la sanidad no ocurrió, así que los padres de Samida, se sintieron profundamente decepcionados con el cristianismo y con Jesús y volvieron al islam.
Samida, sin embargo, se mantuvo fiel a Jesús y se aferró a la nueva esperanza que había encontrado, a pesar de ser la causa de un largo camino de sufrimiento para ella.
Los padres de Samida descargan su frustración en ella: «¡Es tu culpa, nos deshonras aferrándote al cristianismo, no es de extrañar que no tengas pretendientes! ¿No entiendes que eres una vergüenza para esta familia?». Todos los días ella tiene que escuchar estas palabras acompañadas de fuertes golpizas.
Entre las obligaciones que tiene Samida está el cuidado de las ovejas y las cabras. Todos los días sale al campo a pastorear a los animales, y cada vez que tiene un momento libre, desentierra su Nuevo Testamento (Injil), el cual guarda enterrado en algún lugar del campo. Leerlo la reconforta en momentos de desesperación.
En una ocasión, su madre la sorprendió leyendo el Injil, se puso furiosa, la golpeó terriblemente y quemó el libro delante de ella.
Recientemente fue vista por otros cristianos que habitan cerca del lugar en el que vive; estaba llorando y con un ojo morado. Su madre la había arrastrado jalándola por el pelo hasta el mercado principal del pueblo y allí la golpeo delante de todos. «Mi madre les dice a todos que soy una mujer mala y perezosa, ella me trata como esclava, día y noche trabajo para mis padres, y ahora me dicen que ya no hay lugar para mí en la casa, y que es mejor que comparta la granja con los animales. A sus ojos yo no soy nadie. No puedo dejar la ciudad y mudarme a otro lugar, porque eso estropearía aún más mi reputación. Para una mujer sola hay muchas limitaciones y la gente asume de inmediato que estás involucrada en prostitución, por lo tanto, nunca te sientes segura».
«Además de todo esto, las leyes del país no me permiten habitar permanentemente en otro pueblo que no sea el mío. Esto solo sería temporal, pues se espera que cada persona permanezca en el lugar donde nació. ¿Habrá alguna salida para mí? A veces es extremadamente difícil vivir en esta situación. ¿Orarían conmigo pidiendo que el corazón de mis padres sea cambiado y vuelvan al camino de nuestro Señor Jesús? ¿Y para que la fe de mis padres no dependa de un milagro de sanidad, sino que sean leales a la inconmovible Palabra de Dios y que la relación con mis padres sea restaurada, para que como familia podamos adorar juntos a Cristo?»