Historias Corea del Norte | 08 febrero 2023

Un secreto de familia

Cuando Sang-hwa descubrió el libro secreto de su familia su vida cambió para siempre.

 

 
Las primeras palabras que se supone que un niño norcoreano debe aprender son «Gracias, Padre Kim Il-sung»

A los niños se les enseña a idolatrar a la familia Kim y a temer a los cristianos. En los libros de texto leen historias de misioneros que atacan a los niños con ácido, y ven películas de cristianos que secuestran y desangran a los niños.

En ese mundo creció Sang-hwa. Ella creía que los cristianos eran enemigos del estado y que había que temerlos. Pero eso comenzó a cambiar un día, cuando tenía 12 años y, a continuación, cuenta su historia.

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En nuestra casa había un armario oculto y cuando tenía 12 años lo encontré por casualidad. No sé por qué, pero comencé a palpar dentro y sentí como si hubiera un libro. Lo saqué, lo abrí y empecé a leer: «En el principio, Dios creó los cielos y la tierra…». Lo dejé caer al suelo. Inmediatamente, me di cuenta de que era ilegal porque no describía el Big Bang ni la teoría de la evolución. Empecé a temblar, estaba muy asustada, lo que había descubierto podía costarme la vida. Tenía miedo de tocar el libro, pero no podía dejarlo y olvidarlo. Cerré los ojos, lo recogí y lo volví a poner en su lugar.

Sopesé las opciones: ¿decírselo a mi profesor? ¿Informar a las autoridades del pueblo? Durante los siguientes 15 días, no pude pensar en otra cosa. Sabía que mi obligación era la de informar de este libro ilegal, pero era mi propia familia la que estaba implicada… y también me preguntaba: ¿quién o qué era este Dios?

  

«Yo todavía no era creyente, pero les encontraba mucho sentido y me sentía mal por todos los que no conocían la verdad».

Finalmente, me armé de valor para preguntarle a mi padre sobre el libro, quien se sorprendió mucho de mi pregunta. Lo que entonces no sabía es que había estado cinco años orando por una oportunidad para compartir el evangelio conmigo. Mis padres no habían podido contarnos antes historias cristianas ni a mis hermanos ni a mí porque era demasiado peligroso, podríamos haber traicionado su fe por error, con consecuencias desastrosas, pero él sí quería que yo escuchara de Jesús, por lo que creo que se puso contento cuando llegó ese día.

Me preguntó: «¿Ves esos árboles viejos?», yo asentí. «¿Quién crees que los creó?», le dije que no lo sabía. Me explicó la historia de la creación, incluyendo la de Adán y Eva por parte de Dios.

Luego se giró hacia mí y me preguntó: «Cuál es el animal más peligroso?». Sin saber por qué, le contesté que la serpiente.

«Exacto», me respondió, y me contó cómo entró el pecado en el mundo. Fue la primera de muchas conversaciones que tuvimos sobre la Biblia, sobre Dios, Jesús y el Evangelio, me explicó muchas historias. Yo todavía no era creyente, pero les encontraba mucho sentido y me sentía mal por todos los que no conocían la verdad; incluso mis hermanos mayores la ignoraban.

Vida nueva

Mi madre me enseñó a memorizar versículos bíblicos y el credo apostólico, y también me explicó todo el evangelio. Mi abuelo me enseñó a orar. «Se trata simplemente de hablar con Dios; nada más, ni nada menos». Él hablaba mucho sobre la segunda venida de Jesús, realmente lo anhelaba.

Ora con Sang-hwa
  • Ora por los padres cristianos, para que puedan encontrar una forma de compartir el Evangelio con sus hijos.

  • Ora por una renovación de las fuerzas de los creyentes norcoreanos.

  • Ora para que los esfuerzos de la iglesia norcoreana por compartir el Evangelio a pesar del riesgo tengan fruto.

Todas esas historias e ideas me parecían muy interesantes. Leía la Biblia para mí, pero me di cuenta de que era peligroso. Mi padre siempre insistía en que no debía compartir nada con nadie y luego, comenzaba a orar en susurros: «Padre, ayuda a tu pueblo norcoreano a buscar primero el Reino». En ocasiones, mi padre se reunía con gente en un lugar secreto, muchos hijos de creyentes acudían allí también y aprendían sobre la Biblia. Orábamos juntos.

Una oración por Sang-hwa
Señor, te pido por las familias cristianas, para que los padres encuentren una forma de compartir el Evangelio con sus propios hijos. También te ruego por cada creyente que comparte las Buenas Nuevas, para que la semilla del mensaje lleve fruto. Oro para que renueves las fuerzas de aquellos que están exhaustos. Amén.

Entre la gente que acudía a las reuniones secretas, también había no creyentes, incluso espías del gobierno. Una vez, como uno de los que asistía se estaba muriendo, mi padre lo visitó en su lecho de muerte. Este le confesó: «Sé todo sobre ti, tu familia y tu fe. Era espía y me habían ordenado que te vigilara. Eres un buen hombre, nunca le dije a nadie que eras cristiano. Dime cómo puedo convertirme en cristiano yo también». En el último momento de su vida, este hombre se arrepintió y entró en el reino de Dios; mi padre pudo guiarlo allí. Dios nos protegía una y otra vez.

En una ocasión, hubo un registro aleatorio en nuestra casa y nos dio la impresión de que el oficial también sabía que éramos cristianos. Sin embargo, ese hombre nunca nos delató. Todo eso fortalecía la fe de mi padre en Dios, él siempre experimentaba mucha paz.


Si tú no oras, ¿quién lo hará?

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Con el tiempo, me casé. Mi marido no era creyente, pero era un buen hombre. Un día nos enteramos de que íbamos a ser deportados a una región remota porque el hermano de mi marido, que era un alto mando, nos lo advirtió. Mi marido y yo estábamos desolados, me sentía como si se me hubiera terminado la vida.

Mi padre trató de animarnos y nos dijo que Dios saldría en nuestra ayuda. Otras personas que sabían lo que estaba a punto de ocurrir, nos tranquilizaron y nos dijeron que todo iría bien, pero nosotros no estábamos convencidos

Logramos escapar a China. Pasamos por momentos duros, pero mi marido se convirtió después de que unos cristianos chinos cuidaran de nosotros, y al final llegamos a Corea del Sur.

«Conoces Corea del Norte mejor que nadie, al pueblo y su sufrimiento. Si tú no oras, ¿quién lo hará?».

Mis sueños y mis esperanzas no han cambiado mucho desde que dejé Corea del Norte, tenemos mucha más libertad aquí en el sur, pero nuestras creencias no han cambiado. Ojalá pudiera regresar a Corea del Norte y compartir el evangelio con la gente de allí, y tener comunión con los creyentes locales. Amo esa fe. Estaría preparada para morir por el Evangelio y creo que, si no tuviera familia aquí en Corea del Sur, ya habría vuelto para ayudar a la gente en necesidad.

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Mi padre siempre me dijo que buscara primero el Reino. Esa era su oración para su país y para todos los creyentes, y también es lo que oro yo, aunque a veces me desanime. Parece que nada está cambiando en Corea del Norte, solo empeora la situación. Cuando oro, le suelo preguntar a Dios: «¿Para qué? ¿Por qué quieres que siga orando por Corea del Norte?», pero entonces Dios me recuerda: «Conoces Corea del Norte mejor que nadie, al pueblo y su sufrimiento. Si tú no oras, ¿quién lo hará? Confía en mí, cree en mí».